14 ago 2010

Entre algodones

“Empezó la incubación de los huevos de pájaro. Con gran esfuerzo y dinero mi padre importaba de Hamburgo, de Holanda, de estaciones zoológicas africanas, huevos fecundados de pájaros que daba a empollar a enormes gallinas belgas. Para mí era también un proceder muy apremiante observar cómo salían los polluelos de sus cáscaras, verdaderos fenómenos con formas y plumaje. Resultaba difícil adivinar en esos monstruos con picos enormes y fantásticos que inmediatamente después de nacer se abrían de par en par silbando glotonamente en las profundidades de sus gargantas, en estos reptiles con su cuerpo hirsuto y desnudo de jorobados, a los futuros pavos reales, faisanes y cóndores. Esta camada dragónica, colocada en el cesto entre algodones se elevaba sobre sus cuellos flacos, las cabezas ciegas, cubiertas de cataratas, haciendo sonar sus orificios mudos. Mi padre, en delantal azul, se trasladaba a lo largo de los estantes como un jardinero junto a sus invernaderos de cactus, y sacaba de la nada esas burbujas ciegas que palpitaban vida, esas barrigas torpes que únicamente aceptaban un mundo exterior en forma de alimentos, esos conatos de existencia que se estiraban a ciegas buscando la luz. Semanas después, cuando esos capullos ebrios de vida se abrían a la claridad las habitaciones se llenaron de un barullo variopinto, un gorjeo reverberante de inquilinos nuevos”.


De: “Los pájaros”, en: Obra completa, de Bruno Schulz (1998)

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