13 jun 2010

No me dejó terminar la frase

Sucedió apenas hace unos instantes. Estaba oyendo ese lloroso disco de Monte Negro (tan furiosamente adolescente, un gusto culposo). Intentaba escribir, aclararme escribiendo, en medio del silencio de esta tarde empañada. Mi cabeza era una olla de preguntas (mientras las respuestas sean contradictorias o meras suposiciones descolgadas del éter, no contarán como respuestas). Mi mano y mi intención eran trémulas.

Y entonces, un pichón de paloma se posó en mi ventana, interrumpiéndome en una frase crucial. Se quedó sólo el tiempo justo para una foto a través de las celdillas de hilo. Una foto en la que no parece un pájaro, sino un embrión del viento.

¿Acaso necesito que vengan a picotearme la cabeza cuando estoy nublada? Como si no me bastara yo misma para picotearme el alma.

Me gustaría pensar que esta visita intempestiva vino a puntuar (o a enfatizar) la frase que escribía en ese momento. Me gustaría, aunque no sea demasiado alentador. Porque lo que escribía era una mera suposición.

En tardes empañadas y silenciosas como ésta echo de menos la claridad de los viejos mensajeros, la desnudez de los hechos. Y también, los días luminosos en que los dioses no me daban tregua y me hacían bailar y recitar sus parlamentos a empellones.

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