Y entonces, un pichón de paloma se posó en mi ventana, interrumpiéndome en una frase crucial. Se quedó sólo el tiempo justo para una foto a través de las celdillas de hilo. Una foto en la que no parece un pájaro, sino un embrión del viento.
¿Acaso necesito que vengan a picotearme la cabeza cuando estoy nublada? Como si no me bastara yo misma para picotearme el alma.
Me gustaría pensar que esta visita intempestiva vino a puntuar (o a enfatizar) la frase que escribía en ese momento. Me gustaría, aunque no sea demasiado alentador. Porque lo que escribía era una mera suposición.
En tardes empañadas y silenciosas como ésta echo de menos la claridad de los viejos mensajeros, la desnudez de los hechos. Y también, los días luminosos en que los dioses no me daban tregua y me hacían bailar y recitar sus parlamentos a empellones.
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