29 abr 2010

No les gustan los aeropuertos

A menudo hay que abrir las jaulas, abrir las manos, abrir la mente, porque ellos picotean, sus cantos se derraman, pugnan por salir; no se les puede retener ni para una foto, no se les puede asir siquiera para un café, no toleran hallar azúcar donde supuestamente había sal, no confían en las profesiones (ni en la profusión) de empatía.

Peligro de tormentas bellas pero incontrolables.

A algunos pájaros no les gustan las pistas de aterrizaje, los aeropuertos, ni siquiera los clandestinos; no les gusta la grama, los jardines, los canteros, las flores, los nidos sencillos. Su vida está en los aires, en los cielos, en estrofas de nubes, en manotazos de sol, en el desabrigo.

No cuestiono su reconcomio hacia los humanos: ya que no podemos montarlos como alfombras mágicas, como caballos, les hemos creado mastodónticas réplicas de metal, impersonales robots, llevando a su reino la humana plaga del tráfico.


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