19 nov 2010

Cuando la jaula eres tú



Coloca tu mano derecha sobre el lado izquierdo de tu pecho. Siente cómo se retuerce el ave de rapiña en la celda de tu cuerpo. Cómo trata inútilmente de hallar la salida, de levantar vuelo. Se ha ido ahogando poco a poco en el veneno rojo de tu sangre. Pero no creas que hay un solo verdugo. No supongas que mientras encarcelas a esa hermosa fiera en los sitios más recónditos de tu tórax, ella, animal vibrátil y ponzoñoso, se comporta mansamente. Su venganza es implacable. Sabe que con tenderse en el piso de la jaula y dejar caer sus párpados, tus alegrías orgiásticas habrán terminado para siempre. Con sólo dejarse vencer por el sueño acumulado pondría fin a tus gestos y arroparía de sombras tus contornos. Pero con una última esperanza trenzada en los colmillos, se agita en movimientos fugaces y rítmicos. Impulsa el torrente purpúreo que todo lo inunda, que se desborda en hospitales y campos de batalla.

Por ello te advierto, antes de que le encuentres verdadero gusto a estas lecturas, que hace tres días abrí mi celda y lancé al vuelo un halcón rojizo.


“Instrucciones”, en: Aves de madera, de Gustavo Morales Piñango (1978)

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