6 nov 2010

¿Quién dice que la TV no es educativa?

Como tantos otros chicos de mi edad, descubrí a Edgar Allan Poe a principios de los noventas gracias a una trampilla insospechada: el tercer episodio de la segunda temporada de Los Simpsons, titulado “Treehouse of Horror” (mejor conocido por estos lares como su primer “Especial de Halloween”).

La tercera y última historia de ese episodio era una parodia de “El cuervo”, el magnífico poema de Poe, leído por Lisa Simpson. Fascinada por la nostálgica evocación que, encarnando al narrador, Homero hace de la difunta Eleonora (Marge), y por los desesperantes y jocosos “Nunca más” de Bart quien, en el papel del cuervo, permanecía sobre el busto de Palas en el dichoso dintel, hice que mi padre corriera a comprarme Narraciones extraordinarias. Por supuesto, no le dije que era una recomendación indirecta de mi programa favorito de dibujos animados de esa época, sino que me lo habían mandado a leer en el colegio.

Debo confesar que, aunque “El cuervo” conserva un lugar especial en mi corazón debido a su enigmática atmósfera (además, me siento orgullosísima de que un venezolano —nuestro insigne Juan Antonio Pérez Bonalde— tenga el mérito de haber logrado su más pulida traducción al español), fue la narrativa de Poe lo que me cautivó para siempre, al punto que intenté imitar (o remedar) su estilo en algunas de mis primeras tentativas literarias.

Todavía hoy, oír al impaciente Bart diciéndole a Lisa: "¿Sabes qué me hubiera asustado?". "¿Qué?". "¡Cualquier cosa!", no tiene precio.

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