
Hace más de una década, reunido en una fiesta íntima con los exclusivos miembros del MTC, del que hoy día están activos apenas el diez por ciento (Mauricio Rojas, mecánico industrial y mejor amigo; y Ana Fabiola Greyhs, aeromoza y su esposa), Moacyr dijo: “A partir de mi próximo vuelo, de cada país que visite me llevaré un pájaro”. Si antes estaba lleno de numerosas excentricidades como la caza de rinocerontes y elefantes para negociar sus codiciadas protuberancias óseas, su nuevo pasatiempo dinamitó todos los anteriores para quedarse como rasgo característico de su persona. Moacyr de los Olivos pasó a ser El coleccionista de pájaros, bautizado así por otro seguidor rancio. Para (man)tenerlos a todos, no le quedó otra que comprar un apartamento en Bloque 4. Hasta ahora ciento doce especies diferentes representan lo más cercano a la versión de una Naciones Unidas, no sólo por la diversidad de especímenes conviviendo bajo un mismo techo y enjauladas, sino por la intolerancia de los vecinos al estridente cantar de los pájaros, cuya aversión se compara a grupos que rechazan este organismo a tal punto de querer incinerar el E-3 con todas esas toneladas de plumas bajo un mismo techo.
A Moacyr, la vida en las alturas le amoldó la personalidad, haciéndolo un filántropo de todo aquello que vuele y pese más de 500 gramos. Su osadía lo llevó a instalar en ese apartamento un Arca de Noé inmóvil, cuadriculada y con recibos mensuales de luz, gas, teléfono y condominio a la orilla de la puerta".
“Coleccionista de pájaros”, en La senda de los diálogos perdidos, de Mario Morenza (2008)
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